Sunday, October 28, 2007

La piel de los tomates, de J. J. Lozano



La piel de los tomates
José Jiménez Lozano
Encuentro, Madrid, 2007

Guadalupe Arbona Abascal, en el prólogo a esta colección de 32 relatos, afirma que en esta obra de José Jiménez Lozano “encontraremos la intensidad de la vida presente en lo más humilde y en lo más sencillo.” Y nos remite a la voz del propio autor quien ha señalado en muchas ocasiones que “la literatura es levantar vida con palabras”; es la acción de “escribir con palabras verdaderas y carnales, que nombren esa realidad. Sin la mínima voluntad de estilo”.
Claro que el estilo de José Jiménez Lozano está presente, como lo están la belleza y la tensión, en los 32 relatos –muy breves la mayor parte.
Recorre en ellos los mil detalles que conforman la existencia sencilla de las gentes sencillas, habitantes de lugares sencillos. Y muchos de ellos reverberan costumbres del decir cervantino.
J. J. Lozano pergeña, desde la curva contundente y lisa de la piel de los tomates, la imagen de la juventud del alma: la anciana que vende tomates en el tercer relato- y que da título a la obra- viene así descrita: “Y mamá también decía que los mejores tomates del mundo los vendía aquella mujer, que era muy anciana (…) con una piel tan fina y lisa, sonrosados carrillos, y ni una cana.” Y la belleza interior de la anciana quedaba, de ese modo, asimilada a la hermosura de los tomates que cultivaba y que por su mano maduraban incluso en abril. La propia anciana contaba la historia de un joven que perdió la tersura de la piel y se le tornó “consumidita como la de un tomate helado” en pocas horas, a fuerza del sufrimiento.
De los sufrimientos de la vida y de los que produce la muerte de los seres queridos de los que dependemos y de las alegrías e ilusiones sencillas con las que nos aliviamos y continuamos nuestro camino están hechos estos relatos redondos y generosos, como los tomates, que de ser buenos “tenían que abandonar su piel entre las manos”.
No nos engañemos: la vida aparentemente sencilla está tejida de graves sucesos silenciados, sellados por la conveniente pérdida de memoria. El lector acude a cada relato, debe acudir, dispuesto a sumergirse en una situación más que difícil, cruda. J. J. Lozano conduce la acción en una acelerada evolución del relato, sin eludir temas como el asesinato, la violación, el suicidio…
Maestro del relato breve. Me sería imposible elegir uno de los 32 que en esta obra figuran. Pero puedo señalar el titulado “La farsa” como uno de mis favoritos. En el él, el autor lleva al lector como obligándole a recorrer la escena de un cuadro. La palabra es utilizada como un puntero mágico capaz de dar luz y crear volumen allí donde se posa: “La luz del día se iba apagando, pero al mismo tiempo se iba haciendo más intensamente roja, y el vaso de agua y el reluciente plato brillaban extraordinariamente”.
En todos los finales de los 32 relatos, J. J. Jiménez consigue sorprender al lector presentándole giros inesperados de la realidad o de la hiperrealidad, incluso con algún guiño al realismo mágico. Pero en “La farsa”, la solución es un giro doble de ironía: nunca sabremos quién había vivido más falsamente, el Pastor Kalus Hansen o el Doctor Jesen y su amante, la mujer del pastor. Quién es más falso, ¿el que engaña a un vecino amando a la esposa y a quien le dan un hijo bastardo, o el que simula perdón y destruye el pensamiento y la concepción moral de ese hijo tras conocer que no era el suyo propio?

El sobrino de Atilano Nicolás

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