Las gallinas del Licenciado
José Jiménez Lozano
Seix
Barral, Barcelona, 2005
Doña Catalina de Salazar y
Palacios, hija del finado don Hernando de Salazar, sobrina del Licenciado Juan
de Palacios, contrae nupcias con Miguel de Cervantes.
Don Diego de Ávalos, del
Consejo Real, visita al Sultán de Turquía y lleva el encargo de su amigo, el
Licenciado Palacios, de traer una docena de gallinas constantinopolitanas,
afamadas por su rara habilidad de carcaponer en griego y latín. Durante la
visita de Don Diego se produjo un contratiempo: la gallina favorita de la hija
del Sultán, la gallina Basilisa, desapareció. Incidente desagradable que
retrasó el regreso de Don Diego y cuya explicación implicó la aparición en
Constantinopla de Gonzalo Lope de Torrijo, vecino también de Esquivias, quien
disfrazado de soldado italiano tropezó con la gallina y la secuestró. Así fue
como viajó la gallina Basilia hasta Esquivias, no sin dejar de pasar por
Lepanto, donde cantó la victoria contra los turcos y asistió al comportamiento
heroico de un soldado que perdió en ella su mano derecha. Quijada de la Torre,
también vecino de Esquivias fue quien puso en antecedentes al Licenciado
Palacios de la existencia de las gallinas bizantinas y de sus raras habilidades
“que cacarearían en la lengua de su propia naturaleza de gallinas, pero tan
excelentemente como si hablaran griego” (pág. 50). El propio Quijada se había
ofrecido a ir hasta Constantinopla a pedir cuentas al turco de su alevosía y
sus maldades, y “especialmente de que hubieran ocupado la santa iglesia de
Santa Sofía o de la Sabiduría Divina, levantada por el emperador Justiniano, y
también, de que hicieran eunucos de los cristianos para criados de sus
mujeres”(pág. 51). Este Alonso Quijada o Quijano era aquel que vivía enamorado
de una dueña, Laura, a quien había conocido gracias a Petrarca.
Lope de Torre y el doctor Ávalo
llevaron la gallina Basilisa a Esquivias y con ella la felicidad al Licenciado
Palacios quien la regaló a su sobrina Catalina el día de su boda con el soldado
Miguel de Cervantes, aquel de comportamiento heroico en Lepanto y que era dado
a leer libros y a escribir espartillos, como aquel diálogo entre la gallina
Basilisa y la dueña dona Laura. El marido de Catalina buscó fortuna y halló el
ministerio de recaudador de impuestos en Sevilla de cuya gestión vino a dar en
prisión donde aún escribía sus espartillos. Resuelto el problema de los dineros
trasladó su domicilio a Valladolid, siguiendo el camino de la corte y también
aquí encontró dificultades y enredos.
Se trata de la novela que José
Jiménez Lozano publica el año 2005, cuarto centenario de la publicación de la
primera parte del Quijote. Nada pues nos debiera extrañar: ni el tema, ni el
lenguaje utilizado por el autor.
El trabajo y arte literario es
tal que produce en el entendimiento una traslación de la esencia del propio ser
de la escritura y así mismo una juntura tal que se es incapaz de discernir qué
pluma es la causa y cuál, la consecuencia; de suerte tal que el ritmo de la
propia historia queda alterado y confundido y un profano pudiera muy bien creer
que fue Jiménez Lozano anterior a Miguel Cervantes, o viceversa.
Y con este sortilegio el autor
se libra del maleficio que sobre él ejercía su empeño por zafarse del
agonizante existencialismo y cobra fuerza y brío propio de infante nuevo
llegado a este mundo para inaugurar una nueva corriente de vida literaria:
nueva y a la par acorde con las anteriores grandezas de la cultura literaria
mediterránea.