Monday, August 10, 2009

Las gallinas del Licenciado

José Jiménez Lozano

Seix Barral, Barcelona, 2005

Doña Catalina de Salazar y Palacios, hija del finado don Hernando de Salazar, sobrina del Licenciado Juan de Palacios, contrae nupcias con Miguel de Cervantes.

Don Diego de Ávalos, del Consejo Real, visita al Sultán de Turquía y lleva el encargo de su amigo, el Licenciado Palacios, de traer una docena de gallinas constantinopolitanas, afamadas por su rara habilidad de carcaponer en griego y latín. Durante la visita de Don Diego se produjo un contratiempo: la gallina favorita de la hija del Sultán, la gallina Basilisa, desapareció. Incidente desagradable que retrasó el regreso de Don Diego y cuya explicación implicó la aparición en Constantinopla de Gonzalo Lope de Torrijo, vecino también de Esquivias, quien disfrazado de soldado italiano tropezó con la gallina y la secuestró. Así fue como viajó la gallina Basilia hasta Esquivias, no sin dejar de pasar por Lepanto, donde cantó la victoria contra los turcos y asistió al comportamiento heroico de un soldado que perdió en ella su mano derecha. Quijada de la Torre, también vecino de Esquivias fue quien puso en antecedentes al Licenciado Palacios de la existencia de las gallinas bizantinas y de sus raras habilidades “que cacarearían en la lengua de su propia naturaleza de gallinas, pero tan excelentemente como si hablaran griego” (pág. 50). El propio Quijada se había ofrecido a ir hasta Constantinopla a pedir cuentas al turco de su alevosía y sus maldades, y “especialmente de que hubieran ocupado la santa iglesia de Santa Sofía o de la Sabiduría Divina, levantada por el emperador Justiniano, y también, de que hicieran eunucos de los cristianos para criados de sus mujeres”(pág. 51). Este Alonso Quijada o Quijano era aquel que vivía enamorado de una dueña, Laura, a quien había conocido gracias a Petrarca.

Lope de Torre y el doctor Ávalo llevaron la gallina Basilisa a Esquivias y con ella la felicidad al Licenciado Palacios quien la regaló a su sobrina Catalina el día de su boda con el soldado Miguel de Cervantes, aquel de comportamiento heroico en Lepanto y que era dado a leer libros y a escribir espartillos, como aquel diálogo entre la gallina Basilisa y la dueña dona Laura. El marido de Catalina buscó fortuna y halló el ministerio de recaudador de impuestos en Sevilla de cuya gestión vino a dar en prisión donde aún escribía sus espartillos. Resuelto el problema de los dineros trasladó su domicilio a Valladolid, siguiendo el camino de la corte y también aquí encontró dificultades y enredos.

Se trata de la novela que José Jiménez Lozano publica el año 2005, cuarto centenario de la publicación de la primera parte del Quijote. Nada pues nos debiera extrañar: ni el tema, ni el lenguaje utilizado por el autor.

El trabajo y arte literario es tal que produce en el entendimiento una traslación de la esencia del propio ser de la escritura y así mismo una juntura tal que se es incapaz de discernir qué pluma es la causa y cuál, la consecuencia; de suerte tal que el ritmo de la propia historia queda alterado y confundido y un profano pudiera muy bien creer que fue Jiménez Lozano anterior a Miguel Cervantes, o viceversa.


Y con este sortilegio el autor se libra del maleficio que sobre él ejercía su empeño por zafarse del agonizante existencialismo y cobra fuerza y brío propio de infante nuevo llegado a este mundo para inaugurar una nueva corriente de vida literaria: nueva y a la par acorde con las anteriores grandezas de la cultura literaria mediterránea.